Entrevista a Ariel Winograd y Nathalie Cabiron por Vino para Robar

Entrevisté a Ariel Winograd y Nathalie Cabiron por Vino para Robar para Haciendo Cine. Pueden encontrar la nota en el número de julio, en todos los kioscos del país.

Wino para robar


Después del éxito de Mi primera boda, Ariel Winograd vuelve al ruedo con Vino para robar, una comedia de acción protagonizada por Daniel Hendler y Valeria Vertuccelli. Su experiencia en Hollywood. El hacer películas para el gran público. La construcción de un star-system alternativo. Los nervios ante un estreno. Su mujer. La vida. | Por Hernán Panessi

La voz –seca, adulta, ronca- llega a través del teléfono.
—Llamame en un minuto.
En algún lugar de Buenos Aires, probablemente en Palermo, se escuchan ruidos y esa voz de hombre que masculla –monocorde pero amigable, con olor a noche aunque es de día- un encuentro.

***

Lunes, tarde. Bar. Palermo, Buenos Aires. El hombre de la voz seca, adulta y ronca, monocorde pero amigable, con olor a noche aunque es de día, lleva campera negra, pantalón a cuadritos beige y zapatillas oscuras. A su lado, una mujer de vestido claro habla por teléfono. En la mesa hay restos de bebidas: una taza de café vacía, una Coca Cola Light a medio terminar junto a dos rodajas de limón que no fueron usadas.
—Nathalie, mi pareja. –dice él, presentándola a ella.
Ella saluda sin perder la conversación que lleva adelante por teléfono. Él la introduce porque la sabe importante. Él es Ariel Winograd, director de cine. Ella, Nathalie Cabiron, productora de cine, su productora, mujer y madre de su única hija.

***

Ariel Winograd está por terminar su cuarto largometraje: Vino para robar. Se lo ve algo cansado, impaciente y bastante nervioso. Nathalie Cabiron, se huele, es quien lleva adelante la parte racional del cuento: produce y nunca se sale del rol. 
—¿Cuánto dinero salió Vino para robar, Ariel?
—No tengo idea, esas cosas no me interesan. Que te responda ella.
Y ella, sin soltar el teléfono, mira con la única cara que puede mirar. Mueve la cabeza cabeza para un lado y para el otro haciendo el gesto universal del “no”. Claro, es que a ningún productor le gusta hablar de esas cosas.
—¿Cuánto salió dinero Vino para robar, Nathalie?
—No debería decirlo pero salió 8 millones de pesos. –responde y sigue en la suya.

***

La película está protagonizada por Daniel Hendler y Valeria Vertuccelli, una pareja que nunca antes había trabajado junta. De movida, ambos son parte del cosmos de actores convocantes. Esos que mueven al espectador argentino de la casa a la butaca de los cines. Aquí, Hendler es Sebastián, un experto en robos. Sebastián conoce a Natalia (Valeria Bertuccelli) cuando está intentando robar una importante pieza de arte de un museo, y ella le gana de mano. Rivales declarados, los dos tendrán que trabajar juntos más adelante, en un robo más complejo: una botella de Malbec de Burdeos de mediados del siglo XIX, catalogada como uno de los mejores vinos del mundo y celosamente guardada en la bóveda de un banco, en Mendoza.
—Es una botella que se guarda desde la época de Napoleón III. En Francia, en el 1800, los vinos eran blends, no eran varietales. Los varietales empezaron a existir hace cuarenta años. Entonces, todos los vinos eran mezclas de uvas distintas. Pero había mucho Malbec. Eso es algo de lo que Francia trató de ocultar porque vino una plaga. Y la plaga se comió al Malbec y a otros varietales. En cambio, el Cabernet fue el único que sobrevivió. Así, ellos empezaron a sembrar Cabernet y comenzaron a hacer vinos basados fundamentalmente en uvas Cabernet. De esta forma se convirtieron en los que mejores hacen el Cabernet en el mundo. Y el Malbec quedó rezagado. En Mendoza se da bien el Malbec. Hoy compite en los mercados internacionales. El caso es que esta botella es anterior a la plaga, donde, si bien es un blend, es... –acá, Nathalie es interrumpida por Ariel.
—Estás omitiendo un detalle importante: supuestamente, Napoleón III era un fanático grosso de los vinos, que tenía cultivos secretos en todo el mundo. Y uno de esos lugares sería Mendoza, antes de que se llame Mendoza. Y esa botella contendría “el Malbec original”.
—Está bien. Lo importante es que es Malbec y que los franceses negaron el Malbec.
—No, pero ese dato lo sacamos después de juntarnos con especialistas en Mendoza. No estaba en el guión. Nos ayudaron a construir esta historia que tiene un poco de verdad y un poco de fantasía.

***

Y fue Mendoza, durante unas seis semanas, el lugar en donde se desarrolló el rodaje. Por caso, los paisajes no fueron pensados en términos de una co-producción, sino que estaban plantados desde el guión original. Es que, además, Mendoza tiene una característica muy especial: su clima es igual al de Hollywood. Ahí no llueve nunca.
—Filmar en Mendoza fue increíble. Tiene unas locaciones que todavía nadie, en el cine argentino, vio. –señala ella.
—Bueno, las vimos nosotros. Ya está. –arremete él.
—¿Y por qué nadie había hecho una película así?
—Porque es un quilombo. –responden ambos, al unísono.

***

Vino para robar es una película sobre robos pero, justamente, una donde se roban un vino. Una historia que pertenece a un género inexplorado en nuestro país: los caper movies, películas de atraco cuyos máximos referentes son Rififi, La Gran Estafa, La Estafa Maestra y casi todo el cine de Jean-Pierre Melville. Y sobre ese género, Winograd tiene una experiencia poco difundida: trabajó como video asistente en El Plan Perfecto, aquel film norteamericano dirigido por Spike Lee donde un grupo de ladrones roba un banco burlando a todos.
—Volví a verla y había unas cosas de grips, de camionetas y muchas otras cuestiones que estaban buenas y las metí en la película.
De Hollywood a Palermo, y de Palermo a Mendoza sin solución de continuidad.
—¿Por qué no difundiste nunca ese dato?
—Porque no. Siempre perfil bajo.

***

La hora avanza y hay algo sin terminar. Winograd se impacienta, suspira. Cabiron, mucho más. Algo realmente importante late. Y mucho, mucho más teniendo en cuenta que el estreno será en semanas. ¿Qué cosa falta? Pues, la película. Vino para robar tiene un corte de montaje y está recibiendo todo el tratamiento de color más algunos detalles digitales en post-producción. El laboratorio que está trabajando en los detalles del largometraje es Cinecolor. Se habla de cine argentino. De cómo conquistar al público. De encontrarle la vuelta a esa intríngulis furiosa de generar un star-system alternativo a Ricardo Darín y Juan José Campanella.
—Hendler viene de tener un año increíble con Graduados. Filmamos en Mendoza con vallas, como en Hollywood. La gente se volvía loca por sacarle fotos. –apunta Winograd mientras paga la cuenta de aquel café y Coca Cola Light que tomaron junto a su mujer.
Star-system. Daniel Hendler. Valeria Bertuccelli. Palermo. Mendoza. Hollywood.
Y seis son las cuadras que separan al bar del laboratorio. Al ocio del laboro. A la incertidumbre del “¿qué pasará?” de los nervios del “¿qué pasó?”.

***

Lunes, tarde-noche. Laboratorio. Palermo, Buenos Aires. Un sillón de cuero frente a una enorme pantalla. Delante, un termo vacío apoyado sobre una mesa de vidrio. Detrás, una consola enorme con tres computadoras Mac de última generación que parecen controlar el lugar.
—¿Querés ver cómo quedó la escena del puente? –le dicen a Winograd desde esa consola enorme que parece manejarlo todo.
Y Winograd, suspira.
Hay, en la dialéctica de los productores con los directores, una lucha de gigantes por el corte final de la película. En la pantalla, Hendler y Bertuccelli paran un micro. El cielo es de noche. O, más bien, luce de noche. Ese cielo sería tocado digitalmente ya que la escena original fue filmada de día. Y Winograd, suspira. Lo hace porque está en contra de la decisión de virarlo a noche. Al diálogo se suma gente de Patagonik, productores de la película. En la producción, coinciden en que el cambio suma. Y Winograd, suspira.

***

Winograd es conocido en el mundo de la cultura juvenil por ser el director responsable de un buen puñado de videoclips de la banda de skate rock Massacre. Además, es el realizador de Cara de Queso: Mi Primer Ghetto, una de las películas más celebradas por la cinefilia nerd argentina.
Cara de Queso es casi como un documental de mi vida.
También, dirigió la incunable Fanáticos y el éxito rotundo de Mi Primera Boda, con Daniel Hendler y Natalia Oreiro, película que metió la friolera suma de 300.000 espectadores.
—¿Y cómo crees que le irá a Vino para robar?
—La verdad, no lo sé. Si supiera, sería todo más fácil. Pero 300.000 espectadores estuvo muy bien, ¿o no?
Cabiron mueve la cabeza de un lado al otro, haciendo el gesto universal del “no”. Y Winograd, con su voz seca, adulta, ronca, monocorde pero amigable, con olor a noche siendo ya de noche, suspira y dice:
—300.000 estuvo muy bien.
Y así, con el sigilo de un ladrón de bancos, desaparece.


Vino para robar se estrena el 1 de agosto del 2013.

De guiones y productores

El guión de Vino para Robar lo escribió Adrián Garelik, un debutante en el mundo del cine comercial, un profesional del mundo del teatro. “Adrián lo tenía dando vueltas hace cinco años. El primer mail me lo mandó el 29 de mayo del 2012. Ahí lo leí por primera vez”, apunta Winograd. Del mail al estreno: un año y tres meses. Dice la leyenda que estuvo por ser dirigido por Hernán Goldfrid, el mismo de Tesis sobre un homicidio, quien habría dado unas devoluciones que, según parece, quedaron en el guión final. Y ese guión, que agarraría Nathalie Cabiron y acercaría sin éxito al productor de éxitos Axel Kuschevatzky, terminaría en manos de Patagonik y Canal 13. Winograd: “Para hacer una película así, la cosa es estar con Telefe o Patagonik. No hay otra. Ojo, tampoco es una película cara. Cara es, por ejemplo, Metegol”.
Por otro lado, “Vino para robar es el cine que me gusta y el que trato de seguir haciendo. Dentro del cine de género, dentro de la comedia, siempre intento darle improntas personales a mis cosas, dejar una marca”, arremete el director. Y ante la pregunta de “¿cuándo se enamoró de la película?”, contesta: “Primero me enamoré de mi mujer, después de mi hija y, más tarde, me puse de novio con la película”. Y Nathalie Cabiron, su productora, mujer y madre de su única hija, hace una mueca irreproducible. | Por Hernán Panessi

Cine de terror en Spam

Hablé con Srta. Bimbo y Alejandro Lingenti (vía Spam, Nacional Rock) sobre terror argentino. Bimbo sorprendió con su conocimiento de sexploitaitions y basuras directos a video. El audio, acá.

Making of de Goretech en INCAA TV

Nos entrevistaron a Germán Magariños, Vic Cicuta y a mí desde el canal INCAA TV. Hicieron un making of de Goretech, la mejor película de la historia. Quedó simpático. ¿O no?

Las listas

Escribí en el #6 de la Revista Casquivana sobre mi obsesión por las listas.

Las listas

Mi vida dio un punto de giro en el año 2004 cuando comencé a anotar en un cuaderno todas las películas que vi. Oh, el ser humano y las listas. Un saludo para mis amigos que dicen que tengo un trastorno obsesivo compulsivo. En realidad, anoto todas las películas que vi, los libros que leí, las series que seguí, los cómics que compré y los discos que escuché. En distintos cuadernos. Puede que tal vez no tenga un TOC, sino dos, tres, cuatro o cinco. Y así, cinco son las listas y un montón los cuadernos.

Entrevista en Se cayó el sistema, por FM Tribunales

Me entrevistaron en el programa Se cayó el sistema, por FM Tribunales. Hablé de porno.

¿Quién es esa chica? Raven Adamson

En el ¿Quién es esa chica? del número de julio de la Revista Haciendo Cine, Raven Adamson.


Vuelve Laurent Cantet con Foxfire. Y con este film pesimista y utópico, un convoy de mujeres bellas y fuertes dicen presente. Entre tantas chicas, más cerca del criterio que del caprichoso, elegimos a una. Y, es sabido, nos enamoró a todos. | Por Hernán Panessi

Podría haber sido cualquiera, pero no. Foxfire es, tal expresa el tagline de su idioma original, el francés, confessions d’un gang de filles, es decir: confesiones de una banda de chicas. Una banda de chicas siempre, indefectiblemente de quiénes estén metidas en ella, es una banda de humanos hermosos. Hermosos como Raven Adamson, la protagonista de este “¿Quién es esa chica que está en esa banda de chicas?”.
Laurent Cantet, su director, es conocido en el mundo del cine por dirigir películas con alguna temática social. Certifican la sentencia: Recursos Humanos, Hacia el sur, Entre los Muros y ese cortazo llamado Todos a la manifestación. Y ahora, siguiendo aquella lógica, agregándole un poco de Spring Breakers à la francesa, se despacha con Foxfire, la historia de una hermandad femenina de los años 50 en los Estados Unidos. Y la retratada podría haber sido Madeleine Bisson o Katie Coseni o, porqué no, cualquier otra fémina que pulule por el largometraje. Sin embargo, Raven Adamson tiene dos intensas razones para ser la protagonista de este semblante: sus ojos.
Dos ojos verdes ciencia ficción.
A la sazón, Raven Adamson tiene 17 años –cumple la mayoría de edad en septiembre-, tiene el pelo castaño y posee una nariz con muchísima personalidad. De esas grandes, romanas. De esas que no quedan bien en cualquier cara, pero que, cuando quedan, quedan pintadas. Por otro lado, siendo una debutante total en el mundo del cine –Legs Sadovsky, de Foxfire, es su primer trabajo en la pantalla grande-, Adamson ya tiene un antecedente a cuestas: llevó adelante el mismo personaje que había sido interpretado en 1996, en el film homónimo de Annette Haywood-Carter, por Angelina Jolie, una de las mujeres más lindas del mundo por más que intente afearse practicándose mil cirugías. “Yo realmente no sabía nada de actuación”, dijo Adamson tras ser escogida entre muchas estudiantes del Wexford Collegiate School for the Arts. “Cuando me dijeron lo de Angelina Jolie, me quedé dura”, completa –sorprendida- la joven.
De cuerpo esbelto y con un gran parecido a la actriz Illeana Douglas, Raven Adamson reconoce que la única vez que actúo en su vida fue en una obra escolar de Macbeth. Sin embargo, su desempeño en Foxfire es natural, armonioso, lleno de vigor. Agrega: “Soy una gran fan de Angelina Jolie, pero no puedo imaginarme que me comparen con ella, sobre todo en este momento de mi carrera”. Y desea: “Sería increíble tener una carrera como la suya”.
Foxfire es una novela de la norteamericana Joyce Carol Oates de 1993, que –lo dicho- ya conoció una adaptación libre con Angelina Jolie en el papel principal. El inconformismo, la explotación sexual, el abuso a las clases humildes y el fresco adolescente ponen su cuota en esta versión de Laurent Cantet. ¿Y el argumento? Un grupo de chicas, en la Nueva York de 1953, forman una sociedad secreta femenina con el fin de alcanzar un sueño imposible: vivir según sus reglas, pase lo que pase.
La película está protagonizada por casi todas actrices debutantes de Toronto. A pesar de ello, Adamson es una adolescente que siente un especial interés por el arte. Por caso, su Legs es el corazón de la banda de chicas de Foxfire, esas que viven la vida desde otro ángulo, luchando por su propio destino, combatiendo hombres que intentan intimidarlas y postulando una ideología revolucionaria: cambiar el mundo. “Me encantó el personaje y le quise hacer justicia”, señaló la actriz.
Tras el devenir de festivales y su pronto estreno comercial en nuestro país, Adamson espera seguir actuando y vivir a su manera. Y no anda con vueltas: “Quiero cambiar el mundo”, apuntó. Así, Legs Sadovsky y Raven Adamson se funden y confunden en una sola: una bella y esbelta castaña de nariz romana. Con unos ojos verdes ciencia ficción. 

Mi obsesión por "las listas" en la Revista Casquivana

Mi obsesión por "las listas" en el #6 de la Revista Casquivana.

Las listas

Por Hernán Panessi

Mi vida dio un punto de giro en el año 2004 cuando comencé a anotar en un cuaderno todas las películas que vi. Oh, el ser humano y las listas. Un saludo para mis amigos que dicen que tengo un trastorno obsesivo compulsivo. En realidad, anoto todas las películas que vi, los libros que leí, las series que seguí, los cómics que compré y los discos que escuché. En distintos cuadernos. Puede que tal vez no tenga un TOC, sino dos, tres, cuatro o cinco. Y así, cinco son las listas y un montón los cuadernos.

Hermanos de Sangre

Artículo sobre Hermanos de Sangre, de Daniel De la Vega, en la Haciendo Cine de junio 2013. Página 1 y 2.

Con bravura y tesón, el cine de género argentino sigue marcando el pulso de las carteleras comerciales. Y con Hermanos de Sangre, el director ganador del último festival de Mar del Plata reaviva las energías que atomizó transitando algunas sendas curiosas del cine independiente. | Por Hernán Panessi

Daniel de la Vega estaba en el baño. Cuando ganó la competencia más importante del país, De la Vega estaba en el baño. Sin siquiera soñarlo en lo más remoto de sus más perfectas fantasías, su película, Hermanos de Sangre, se había hecho de la Competencia Nacional del 27º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Llegó corriendo. Agitado, tarde, pidiendo disculpas. Llegó, Daniel de la Vega llegó.
Después de largas tribulaciones que lo tuvieron apostado en los márgenes, uno de los grandes especialistas del cine de terror local dio el salto hacia las grandes ligas con una comedia. “De comedia no entiendo nada. Era la historia de un gordito miserable y creí que podía hacerlo”, dijo el director. Y remató: “Siempre tuve muchas dudas cuando la realizaba, porque la comedia no estaba en mi terreno”. Sin embargo, Hermanos de Sangre la rompe en mil pedazos. Aspira con los mismos pulmones –hediondos, cinéfilos, retorcidos- que Robert Rodríguez y Quentin Tarantino y escupe un aire que refresca a toda la palestra del cine nac & pop.
De la Vega, responsable de gemas filmadas para el mercado norteamericano como La muerte conoce tu nombre y Jennifer’s Shadows (esta última con protagónico de la actriz ganadora del Oscar Faye Dunaway), siempre supo que lo suyo era el género. En su momento, allá por el año 2009, lanzó una verdad como puño: “Los realizadores de género nos vimos obligados a filmar en otro idioma, porque no encontramos apoyo en nuestro país”. Y años más tarde, no sin antes transitar mil penurias, el apoyo llegó.
Así, después de intentar aplicar a varios subsidios, de unas complicadas experiencias con la vía indie –miles de trabajos ad-honorem, las cuentas en rojo que seguían llegando- y de infinitas reuniones con productores de todos los calibres, De la Vega comenzó a adoptar una actitud pesimista: “Mis experiencias en el cine independiente no fueron felices. Tampoco reniego de los resultados. Las películas que hice por encargo adolecieron de falta de apoyo de quienes las producían. A partir de ese momento, elegí no transitar más lo independiente. Primero, por lo económico. Es que el cine independiente vive de sueños e ilusiones. Y segundo, no puedo pedir más favores a esta altura”. Hermanos de Sangre se hizo con apoyo capital.
En la ficción, Matías (Alejandro Parrilla, actor de las arterias más autogestivas, conocido en el under por ser el JD7 de El Hada Buena: Una Fábula Peronista) es un joven que vive sus sueños como inalcanzables. Se enamora sin éxito de una compañera de trabajo. Lidia con su propia personalidad y con la de los demás. Entonces, será Nicolás (Sergio Boris, quien confirma cada vez que es uno de los actores más sólidos del país), su misterioso mejor amigo, quien se enfrente al entorno social antagónico a sus aspiraciones. Nicolás tiene la firme certeza de que Matías merece una vida mejor. Por ello, hará lo imposible para que obtenga la felicidad, lo quiera o no.
Dice el director: “Es un proyecto que me acercaron los autores Nicanor Loreti y Germán Val. Me ofrecieron un libro que funcionaba pero nadie lo ejecutaba”. Hermanos de Sangre es una historia de amistad y valores. Una comedia pop llena de sangre, asesinatos y sutilezas. Una historia que tiene, además de la intención expresa de romper con las convenciones de los géneros cinematográficos que mama, un link umbilical, un linaje de sangre que la une directamente a Diablo, también ganadora del Festival de Mardel y ejecutada por muchos de los aquí implicados.
Sobre su estreno, De la Vega aproxima que “merece una oportunidad”. Sin embargo, aún levantando palmarés y encontrando cierto consenso en la crítica especializada, por su cabeza perduran algunas dudas: “Tengo la fantasía que los argentinos rechazan su propio cine. Ojalá me equivoque. Soy muy pesimista en ese sentido. Tiene valores que a mucha gente le pueden gustar, aunque es más probable que no la elijan”. Por su parte, el realizador del film reconoce el esfuerzo por mover a los espectadores a las salas y no escatima en utilizar recursos para que ello ocurra: “Hicimos un trailer de acción como si se tratara de Terminator. Esa estrategia no la uso únicamente yo. Sólo que soy honesto y lo digo. Especulo con que la gente entre engañada, usarlo como marketing y luego gustar”.
Y, pese a la calidad perenne del largometraje, es muy probable que el galardón marplatense le haya abierto las puertas para el estreno. Incluso, se intuye que semejante empujón le facilitará el acceso a futuros trabajos. “Estoy impulsando una nueva película: Necrofobia, la primera película de terror 3D en Argentina”, señaló. Una verdad: Necrofobia ya tiene distribuidora.

Aunque hoy todo parece funcionar con naturalidad, el equilibrio tardó en llegar. De la Vega dixit: “En su momento, una empresa líder me citó y destrozó mi película. Con ese background me presenté en Mar del Plata. El resto, superó mis expectativas”. ¿Qué opinará, justamente, sobre las opiniones de los demás? “Uy, el daño que podemos hacer con una opinión... Creo que la crítica tiene mucho que aprender. Ojo, uno aprende de las devoluciones pero tiene que hacer su camino. Siempre me dolieron las críticas. Tengo que tener un criterio concreto a la hora de contar una historia. Tengo que hacerme cargo de lo que cuento y no tanto de la opinión de los demás”. Es que el equilibrio no corresponde a situaciones absolutas o totalmente independientes. Costó, sí. Aunque al final, hubo recompensa: Hermanos de Sangre llegó a los cines comerciales.

Los que están solteros, crónica para Revista Casquivana

Los que están solteros, crónica para el #6 de la Revista Casquivana.

Los que están solteros
Por Hernán Panessi

A Matías lo había dejado la novia. Bueno, a mí también la mía. Situación triste si las hay. Matías es mi mejor amigo y estábamos solteros. Fue durante el verano de 2011 y nos preocupaba mucho ponerla. Por aquel entonces, en un runrún de galanes improbables, terminábamos comiendo siempre dos porciones de pizza en el Kentucky de Corrientes al 1300. Después, rematábamos la faena con un cuarto de helado de Cadore. En la cabeza teníamos una sola cosa: conseguir chicas. Pero también era cierto que a ese ritmo de calorías, no íbamos a buen puerto. ¿Qué más podíamos hacer? Ya nos habíamos ido de vacaciones, anotado (y dejado) el gimnasio, presentado minas entre sí, llorado despechadamente, tenido éxito algunas veces y golpeado el ego muchas más. Entonces, un sábado a la noche, impulsados por vaya a saber qué cuento –quizás, por el de hacer de todo en esta vida- nos metimos a un cine porno. Y el porno, sabemos, es lujuria y también tristeza. Lo tenía todo. ¿El lugar? El Cine ABC, sobre Esmeralda, en pleno centro porteño. Entramos rápido, con culpa, como pagando un plato que no íbamos a romper. La experiencia nos costó 25 pesos. Hasta ese momento ninguno tenía referencia de lo que podía llegar a ser un cine porno. Bajamos unas escaleras, que eran interminables. Todo estaba oscuro. Para vencer el misterio y corretear con la realidad, el comentario fue: “Cortan ticket de INCAA, ¿viste?”. Un ínfimo halo de luz iluminó el pasillo y vimos que eran tres las salas. “Pueden entrar a cualquiera”, nos advirtió una voz con acento española. Por azar nos metimos a la que estaba más a mano, aunque queríamos conocer las tres. Porque ¿en qué otro lugar del mundo uno tiene la libertad de entrar a una y meterse en la de al lado sin problemas? Era menester conocerlas a todas.
Matías y yo nos sentamos casi pegados a la pantalla y vimos cómo un negro de proporciones monstruosas destripaba a una rubiecita. La sala estaba desierta. Hasta ahí, todo estaba más o menos bien. Excepto porque estábamos sentados en un piso de cemento mojado y no nos quedaba otra que apoyar el culo ahí: en esa sala no había butacas. Vamos de nuevo: el plan era “conseguir chicas”, y para eso teníamos que estar facheros. Fuimos con nuestras bermudas más mononas. Sujetos al pensamiento del “nos quedamos 15 minutos y después la contamos”, la atención nos duró unos segundos y salimos. Entramos rápido en la sala vecina. Ahí sí había butacas. Nos sentamos en la anteúltima fila, al lado del pasillo. Ya nos habíamos puesto de acuerdo: si pasaba algo que no nos gustara, rajábamos. La sala estaba vacía. O al menos eso era lo que creíamos. Un proyector imprimía sobre la pared -sí, no había pantalla- una granada de fotones. Cinco chicas masturbaban a otra en una orgía lésbica. Era un film de squirting. Las cascaritas de pintura se desprendían de los cuerpos de esas chicas. Las cascaritas de pintura se desprendían también de las otras tres paredes. Respirábamos humedad. Pensábamos que no había nadie en la sala pero allá, entre las butacas, una travesti morocha con marcados rasgos masculinos se dio vuelta y nos guiñó un ojo. Quedamos perplejos. Segundos después, desde la última fila, un señor de unos setenta y pico se apoyaba sobre el respaldo de nuestra fila para observarnos. No miento: parecía un Sarmiento en los billetes de 50 pesos. A diferencia de la travesti, este sí nos miraba amenazante, deseoso y babeante. ¡Un momento! (Y acá la inocencia se corre hacia límites insospechados.) No sólo no había chicas sino que era un lugar de levante border. Voy 612 palabras y todavía no dije qué define al lugar: sordidez. La mirada del viejo clavada en ambas nucas y la presencia de otro hombre que iba y venía nos persiguió. “¡Vámonos de acá!”. Pero quedaba una sala, la última, a la que se accedía por un túnel. Apurados, nos asomamos y vimos a una maraña de tipos desnudos, tocándose y cogiéndose, amalgamados. Mientras, en la ficción, un hombre sometía con un látigo a otro. Escapamos.
El ABC no era lo que esperábamos. Y cuando se habían cumplido los 15 minutos de aventura, no hubo ni chicas ni masturbaciones. Pero nos dimos cuenta de algo, y ahí no fuimos ilusos ni imaginativos: nuestro nivel de incogibilidad había crecido un poco más. Aún así, seguimos poniéndole el pecho a la soltería. Y el pito a alguna que otra desprevenida.

FAN en Revista NAN

Los amigos de la Revista NAN hablaron de FAN en su #13.