Nota Diablo (entrevista a Nicanor Loreti)

MEDIO: Revista Haciendo Cine
FECHA: Diciembre 2012
Nota Diablo (entrevista a Nicanor Loreti) (01)
Nota Diablo (entrevista a Nicanor Loreti) (02)

Porque así pega más

Desde los márgenes, ese que revuelve cinefilia y pasión en iguales dosis, llega Diablo, la ópera prima de Nicanor Loreti. Su estreno significa, en sí mismo, una relectura local, por parte del fandom criollo, del cine tarantinesco. | Por Hernán Panessi

Cuando uno escucha las palabras “Nic Loreti” sabe que hay implícito, allí, un canto de sirenas –o de cualquier otra cosa más deforme pero tal vez no de sirenas en sí, a menos que ésta sea una parecida a la de Dagon, del viejo Stuart Gordon- a un mundo improbable donde los antihéroes son dioses oraculares, y el shock cinema, el psicotrónico y de culto son el pan nuestro de cada día. La obsesión de Loreti por el cine piojoso, casposo y roñoso lo ha convertido en una suerte de erudito de la cuestión. Por eso, en Diablo, su debut en ficción, hay una lectura profunda de muchos tejidos contraculturales y, sobre todo, un link umbilical con el cine de Sam Peckinpah, aquel cineasta formador de formadores. Ese que reformuló el western clásico llevándolo a terrenos crepusculares y violentos. El cine que ese dúo de díscolos, Quentin Tarantino y Robert Rodríguez, otros dos mutantes de esa misma calaña a la que Loreti pertenece, tanto mamó y que hoy tienen también, sí, su tributo en Diablo. “Hay una gran influencia de La Fuga y La Pandilla Salvaje”, reconoce Nicanor Loreti, director, ¿ex? periodista, otrora una de las plumas fundamentales de la ídem Revista La Cosa y autor de los libros Cult People 1 y 2, donde entrevistara a personajes imprescindibles de los bordes (y acá aparecen desde George A. Romero hasta Carlos Gallardo –el mariachi de El Mariachi-, de Alan Moore a Cynthia Rothrock –la reencarnación femenina de Bruce Lee, entre otros).
“También, el año pasado, escribí una cosa bastante demente que me tuvo muy entusiasmado”, agrega, refiriéndose al libro sobre Near Dark que presentó en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2012, donde ya ha tenido buenas migas al ganar su Competencia Argentina del 2011, pasando una semana con Alex Cox, quien se pronunció públicamente fan de Diablo, y traduciendo al español el trabajo del mismo, la notable investigación sobre el spaghetti western 10.000 Formas de morir. “Estaría genial hacer un Cult People 3, con notas que andan dando vueltas en mi cabeza como la de Dan O’Bannon, creador de Alien, Lance Henriksen y otros por el estilo”, adelanta Loreti, asegurando su permanencia, al menos un tiempo más, en el periodismo. (N. de redacción: Además, eventualmente colabora en la Jedbangers, revista especializada en el cosmos metalero.)
Pero, en rigor, lo que apasiona a Loreti es el cine. Sus formas, fondos y homenajes. “En Diablo, hay una referencia clarísima para Aliens, ¡búsquenla!”, propone el también responsable de La H: El documental de Hermética y la serie Dos para la mentira, ambas de próximo estreno, siguiendo esa lógica de cocktailera visual. “Mucha gente menciona a Guy Ritchie cuando habla de Diablo, pero la verdadera influencia es Jueves, de Skip Woods. Esa fue una gran referencia en la base del guión: el chabón que se quiere olvidar de todo y el co protagonista chanta que cae trayendo un millón de problemas”, apunta. Y así, es cierto, la historia de Diablo.

Judío, peruano y peronista
Marcos Wainsberg, el Inca del Sinaí, la leyenda del boxeo, ya no quiere pelear más. En su cabeza resuenan las voces de una lucha, su última batalla, aquella que terminó mal: mató a su rival de un puñetazo. Por eso, el ex campeón, apenas fuera de forma pero siempre imponente, decide correrse del eje de la acción. Retirarse. Vivir una vida a la vera del camino sin molestar pero, claro, sin que lo molesten. Su plan del día es verse con su ex novia para hacer eso que eventualmente hacen los ex novios. Sin embargo, el timbre, ese enemigo de la calma y la quietud, suena con rabia. Es Huguito, oveja negra de la familia. Drogón, veleta y chorro. Y con Huguito vienen los problemas.
“Desde que vi Cacería de Ezio Massa me di cuenta que Juan Palomino podía ser un súper héroe de acción. Se bancó todas las coreografías de lucha él solito”, dice Loreti a propósito de su protagonista, que en la ficción interpreta a esa mole pugilística que tiene tatuados en su pecho a Perón y Evita, que hizo feliz a muchos, que supo ser lo más y que ahora tiene una cadencia tristona, mística, solitaria. “Le pasamos el guión y resultó ser indestructible. Aportó un montón de cosas: por ejemplo, toda la idea de ‘El Inca del Sinaí’ fue de él”, desarrolla el multifacético responsable de, también, el corto The Raven, en co-dirección de Mariano Cattaneo, y relatos de Billy Drago (sí, el de Los Intocables). Y acá, Juan Palomino, hijo de un inmigrante peruano y una argentina, pela chapa de culto. Actor de culto en futura película de culto, en la que probablemente sea la mejor actuación de toda su larga y ecléctica carrera. Por su parte, Huguito es Sergio Boris, ¿nuestro Paul Giamatti?, un actor que supo darle pinceladas de talento a un buen puñado de películas nacionales (recordado por muchos en su papel de Joseph Makaroff en esa gemita que fue El Abrazo Partido o, más acá, siendo uno de los Mendizábal en la internacional Todos tenemos un plan) y que en este largo hace las veces de humano problemático. “A Sergio Boris lo conocí en Parapolicial Negro, el documental de Javier Diment que produje y me pareció un actorazo”, señala Loreti. Y desde aquí se desprende el buddy movie. Ese rat pack que nadie quería, puesto al servicio de la mugre, los bordes, la corrupción, el lumpenaje y que, sin exagerar, a la sazón, se trata de uno de los mejores dúos del Nuevo, Nuevo, Cine Argentino.
Con un costo aproximado de un millón ciento cincuenta mil pesos, cuyo dinero es proveniente del premio Opera Prima del INCAA, sumándole el apoyo de algunos productores independientes (“que van a aportes de ganancias”, agrega el cineasta), Diablo se sujeta de manera dinámica en su equipo técnico (un dream team nac & pop: Fabián Forte, de Malditos Sean!, haciendo asistencia en dirección; Daniel de la Vega, la leyenda de La muerte conoce tu nombre en cámara; Hernán Findling, productor de esas-películas-norteamericanas-filmadas-en-Argentina, en la ejecutiva; et al.), en sus actores (los mencionados Palomino y Boris más Luis Ziembrowsky, Luis Aranosky y los de la truculenta productora Gorevision), en un guión sólido (distinguido por la crítica en el FESAALP 2012), en un enemigo cinematográficamente superior (¡Kato, el ninja blanco! “Una de las razones por las que quería ser director de cine”, apunta emocionado Nic) y, sobre todo, en la particular propuesta de tener (casi) una única locación en toda la película: la casa del ex boxeador.
Así, bajo un innegable aire tarantinesco o, más bien, guyritchiesco (por las dudas, Loreti se ataja de nuevo: “la verdadera influencia de Diablo es Jueves… y el cine de Ritchie tiene mucho de Jueves. Ojo, igual banco Snatch: Cerdos y Diamantes, es un peliculón”), ese que entremezcla de forma natural el cine de género puro y duro, la progresión adrenalínica, la comedia gore (esa entelequia existe, señores), la ultraviolencia y sus personajes coloridos, todos son reconocibles en esta particular matrioska donde, además, aparecen pinceladas de Toro Salvaje, el Gatica de Fabio, la primer filmografía de Sam Raimi, los diálogos de Nardini-Bernard, La Patagonia Rebelde, Tokyo Fist de Shinya Tsukamato... y está el cine dentro del cine dentro del cine.

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