Nota sobre la reapertura del Cine Cosmos

MEDIO: Revista 24 Cuadros
FECHA: Julio 2011
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Vuelta a los orígenes

De la mano de la Universidad de Buenos Aires regresó el Cine Cosmos. Y su venida, en consecuencia, significa el retorno a la actividad de uno de los patrimonios culturales más característicos del país; demostrando cómo, de paso, con el debido apoyo de las instituciones, la identidad nacional puede por fin preservarse.

En cosechas de numerosas derrotas culturales, argot contemporáneo para medir las pifias del designio maltrecho por la TV basura, los ídolos de barro y los reality shows como chorizos, donde se prefieren los complejos multipantallas insertos en globalizados shoppings a la calidez venida a menos del cineclubismo o del cine de barrio, cuando las tribulaciones económicas 2.0 o la desidia comercial toman fuerza, la reapertura de un cine clásico, ese espacio transgeneracional sin época ni edad determinada, materializa una noticia que zumba de forma hercúlea en cada uno de los focos del show business vernáculo.
Resulta que un cine clásico no es sólo una sala cualunque sino todo lo que allí transitó, transpiró y germinó, e incluso, esta concepción aumenta muchísimo más, claro que sí, cuando esa sala, pequeño detalle, tiene más de 80 años de vida, siendo testigo ¡y participe!, por supuesto, de un tramo importante del devenir cinematográfico local. Así es, por fin retornó un grande conservando la finura y maestría que en algún momento amenazó perder, vuelve a las andadas el Cine Cosmos, aquel mítico lugar en el que la efervescencia cultural dio pie con bola en casi todas sus intervenciones con la Historia, salvo –obviamente- cuando los espectadores, novios poco fieles, no le fueron del todo inseparables en algunos tramos del cuento.
Parece improbable que ese edificio art decó ubicado en la Avenida Corrientes al 2000, inaugurado en el año 1929 y adquirido allá por el ’55 por Isaac Argentino Vainikoff, caballero de la distribución, fallecido hace casi una década, espacio venido al mundo originalmente como Teatro Cataluña y emblema del cine arte, haya funcionado, no hace mucho tiempo atrás, aunque lejos de sus añoradas épocas de oro, como órgano de la decadencia cultural y del desperdicio por el patrimonio histórico identitario: por un lado, como templo evangelista regenteado por el Pastor Giménez; y por otro, como boliche bailable, la recordada Halley Discoteque, primero situada en la calle Maipú y luego, previo vaciamiento de filmes soviéticos y películas vanguardistas de a montón, aglutinó a heavys y rockeros sobre las veredas de Av. Corrientes.
Tiempo después, cuando la amarga hiel insinuaba convertir al Cine Cosmos en restaurant chino, estacionamiento o bingo menemista, aparecen las instituciones, siempre necesarias para preservar la identidad nacional y popular. Tras una impresionante inversión inicial de 2.5 millones de dólares, fue la Universidad de Buenos Aires, en un maniobrar de notable hidalguía, la encargada de revivir este monstruo de 3300 metros cuadrados, comprándole el edificio a Luis Vainikoff, hijo de Isaac, último propietario de la sala y del edificio que la alberga, tras el último “cierre temporal” devenido “cierre para siempre”, según su testimonio circa 2009.
Sostenido en renovados vientos de cambio, el ahora bautizado Cosmos-UBA, quien reabrió sus puertas el martes 9 de noviembre del 2010 y ya remodeló sus dos salas de exhibición (una principal de 200 butacas y otro microcine anexo de unos 30 asientos, aún sin habilitar, que será destinado para funciones privadas o presentaciones de capacidad reducida), está capitaneado por el escritor y periodista Juan José Becerra por expreso pedido del Rector de la UBA, Ruben Hallú, en su segundo mandato. Allí, siguiendo una tradición histórica “se le da oportunidad al cine por sobre el mercado”, según reza el mismo Becerra, autor del libro Grasa: Retratos de la vulgaridad argentina (Editorial Planeta, 2007), otrora periodista deportivo, crítico cinematográfico y analista político; todas disciplinas vinculadas al campo de la escritura.
En sintonía con la sugerencia propuesta por la universidad de darle continuidad al legado de los Vainikoff, Becerra, sumado a la colaboración de la coordinadora Mabel Loschiavo más la reivindicación en su puesto del legendario operador cinematográfico Julio Barragán, en otra de las gestiones de preservación patrimonial más importante de los últimos años, dice que “el Cosmos otorga un espacio para lo no comercial”, logrando –en apenas pocos meses- teñir la programación del lugar con el matiz que en verdad necesitaba: el de la curaduría de qualité, sujetada en el apoyo sistémico de una institución corpulenta, más algunas donaciones específicas del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (caso: un proyector digital cedido mediante la firma de un convenio de cooperación), acompañada por el siempre seductor vaivén de la entelequia “cine independiente”. De esta forma, por sus cabinas y asientos ya pasaron varias películas festejadas por el indie argento –desde Ocio (Juan Villegas y Alejandro Lingenti, 2010) hasta La Casa por la Ventana (Esteban Rojas y Juan Olivares, 2010), desde Bummer Summer (Zach Weintraub, 2009) hasta Rembrandt’s j’acusse (Peter Greenaway, 2008), se ejecutaron festivales especializados como la Semana de la Crítica, organizada por la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI), fue una de las sede satélites del BAFICI 2011 y dicen, es una posibilidad, también lo será del Festival Buenos Aires Rojo Sangre, centrado en lo mejor del cine de género mundial, acostumbrado a funcionar en el Alamo Drafthouse de Microcentro: el Monumental Lavalle. Además, por otro lado, tiene previstos una serie de cursos, clínicas y talleres dictados por Sergio Wolf, actual director del BAFICI, Mariano Llinás y Alan Pauls; también, en un futuro a corto plazo, retomarán las funciones del Cine Club Núcleo, funcionará una pintoresca cafetería (de la que se espera salga en breve su concesión), programará una retrospectiva del director Martín Rejtman, un ciclo de cine arte infantil, una buena cantidad de material procedente de la universidad, entre otras actividades notablemente ajenas al vetusto circuito comercial.
Una programación con ofertas plurales que federalizan contenido y que, aun, pese a no contar con blockbusters norteamericanos ni filmes taquilleros por default, se las arregla para ser atractiva y, sobre todas las cosas, para funcionar como bastión cultural porteño, extensivamente nacional. “Es una manera de devolverle a la sociedad una oferta histórica de cine alternativo; una contribución a la historia del cine y al pensamiento crítico”, sentencia Becerra a la sazón.
Esta vez, parece, que los espectadores entendieron definitivamente el código o empatizaron con él. Ya fueron varias las funciones agotadas y el apoyo de la opinión pública es cada vez mayor. De a poco, sin prisa y con calma, el espectador promedio está volviendo a confiar y sentirle el gustito a esa preciada tríada costumbrista de “cafetería antes de entrar a las salas, un buen filme en pantalla grande y pizzería al salir”. Sí, después de años de comida chatarra y entradas seriadas digitalmente, emerge una segunda vía de visionado en la estandarizada palestra del mercado. Celebremos que no es poco, volvió el Cine Cosmos.

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