BAFICI 2011 al día: Vale la pena esperar

MEDIO: Revista Haciendo Cine (versión digital)
FECHA: Abril 2011
http://www.haciendocine.com.ar/article/bafici-2011-al-d%C3%AD-4

Vale la pena esperar

Este es el relato en primera persona acerca de las vivencias, sensaciones y experiencias, con perdón de Hunter S. Thompson, que vivió un redactor de Haciendo Cine en sus tribulaciones por entrevistar a un personaje mítico del cine contemporáneo.

Por momentos me sentí Cameron Crowe en Almost Famous. O más bien William Miller, que en realidad es la representación (no tan) idealizada de Cameron Crowe, en Almost Famous. Bueno, okay, la cuestión es que entrevisté a solas a una celebridad, en pleno fervor mediático (y festivalero) por conseguirlo, con el hotel cual lugar común para estas coyunturas, y viví para contarlo.
No hay entrevista sin postergaciones, eso es casi un imponderable de la profesión, una “naturalidad” que determina el quién es quién de la cuestión. Código que uno, como periodista, lo tiene bien incorporado desde el ABC for newbies. El horario concretado, en un principio, era de las 13:15 del día lunes 11 de Abril en un restaurant del barrio de Belgrano, planeado para ser ejecutado posteriormente a una nota otorgada por la estrella a “¿Cuál es?”, programa radial conducido por Mario Pergolini, que se extendió más de la cuenta. Y hablando de cuentas, esto lo traigo a cuento porque –cerca de la hora pautada- recibí un llamado de la agente de prensa del festival BAFICI, uno de los encargados de traer a la celebridad a Buenos Aires, quien me preguntó si no me molestaba mover la entrevista para las 14:00 en el hotel donde se hospedaba este genio del séptimo arte. La propuesta y mi respuesta fueron razonables, hay que comer, somos humanos a combustible calórico, de manera que le dije: “no, no es molestia; sí, todo bien la pasamos para más tarde”.
Aproveché el rato de cuelgue no para hacer ningún hangout barato sino para seguir trabajando. Fructifiqué ese tiempo y me dirigí a la redacción de otra conocida revista de cine, recogí unas cosas y, ahora sí, mi boleto –de subte, claro- tenía clavada la Estación Florida de la línea B, a pasitos del hotel boutique donde estaba el mismísimo. Pero no. Ring, ring. Teléfono nuevamente. La misma agente de prensa me pateaba la entrevista –una vez más- ahora para las 16:45, porque le había surgido una nota para el programa de Pettinato (sí, la tevé tiene tanta o más pregnancia que la gráfica). Paren el mundo. ¿Saben qué pensé para mis adentros? La nota no se hace, me van a estar postergando hasta el día del juicio final: THE END. Tremendo cliffhanger sostenido por un cierto pesimismo que traigo a cuesta de experiencia. ¿Y ahora qué le digo a mis jefes, a mis amigos, a mi novia? Es que cuando uno va a entrevistar a una celebridad lo cuenta, saca chapa previa de la situación, como un mimito al ego que –a la larga o a la corta; entre nos: esperemos que a la corta- sirva como legitimación profesional.
Tenía... a ver, 1 + 1 = 2, me llevo 5, mmhh... algo así como cuatro horas plenas por delante hasta que llegara la señalada. Perfecto, no tan pesimista aunque sí un tanto ansioso, lo aproveché para ir al BAFICI, lugar donde debo pasar unos cuantos días a consecuencia de mi rol como distribuidor cinematográfico (entre nos, también: tener dos películas compitiendo en BAFICI no está nada mal, ¿no?) y adelantar algunas entrevistas laborales con gente de canales norteamericanos, programadores de festivales internacionales, etcétera, etcétera. Todo en orden, salvo un detalle, no de des-orden sino uno que denota la extrema velocidad y efectividad de las comunicaciones 2.0, muchos se enteraron (por boca mía o de otros) que Haciendo Cine tenía una oportunidad maravillosa de entrevistarse con este grande del cine y me lo hicieron saber. ¡Y justo el día en que era imposible dar con el tipo! Ojo me lo hicieron saber con buena onda, no vayan a pensar mal de los colegas y los curiosos. Por eso, por ahí lo de Cameron Crowe y la Rolling Stone.
¡Blah! ¡Basta de blablableríos! Llegó el momento, redoble de tambores. Respiré hondo, aparté un momento mi friquismo voraz, tomé el subte hasta el hotel boutique –muy lindo, por cierto- y llegué unos 30 minutos antes de lo planeado. ¡Mierda! Maldije y pague mi ansiedad con espera. De cualquier manera, estando allí, me presenté tempranamente ante la administración del hotel. “No, no tenemos agendada ninguna entrevista para hoy, señor”, me dijo la señorita que atendía el lujoso lugar, hablándome como sólo habla la gente que trabaja en hoteles o en lugares con flujo de vacacionistas: de usted. (Acá van las risas, casi pareciendo esto a una vivencia guionada de Historietas Reales o una película de Woody Allen). Un rato después, como si fuera un “ah, sí, acá estás”, literalmente pasó eso, me confirman. Respiré.
Para sublimar las ansias compré una Sprite de lata bien fría, leí el deportivo del diario de la trompetita y esperé. Esperé como quien espera llegar al altar para por fin casarse y besar a la novia. Esperé. Esperé como quien sueña encontrarse con la palabra divina de un pastor cósmico omnipresente. Esperé. Esperé como quien desea iluminarse por una epifanía que te haga entender todo, pero ojo: todo de todo. Llegó la hora pero él no. ¡Carajo, otra vez no, por favor! A las 16:45 marqué el celular de la agente de prensa que rato antes estaba kickeándome el trasero y no faltó más nada... 16:46 la puerta se abrió y era él, el grande...
Y como todo lo bueno va al final, por fin, entrevisté a Santiago Segura.

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